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La gripe y el COVID-19 pueden triplicar el riesgo de infarto: la conexión que pocos conocen
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Mujer Informa 06/11/25
Las infecciones virales y su relación con la salud cardiovascular
Durante años, los médicos han sospechado que los virus respiratorios no afectan solo a los pulmones. Hoy, una nueva investigación lo confirma: la gripe y el COVID-19 pueden triplicar el riesgo de sufrir un infarto o un accidente cerebrovascular en las semanas posteriores a la infección.
Según una revisión publicada en la Journal of the American Heart Association, las infecciones virales agudas y crónicas —como la influenza, la COVID-19, la hepatitis C o el herpes zóster— están directamente vinculadas con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, incluso en personas sin antecedentes previos.
El vínculo entre inflamación y daño cardíaco
La clave está en la inflamación crónica. Cuando un virus invade el cuerpo, el sistema inmunológico reacciona con una respuesta inflamatoria que puede extenderse más allá del área afectada. Esa inflamación puede dañar el endotelio, la capa interna de los vasos sanguíneos, favoreciendo la formación de coágulos.
Si esos coágulos se desprenden o crecen dentro de las arterias, pueden bloquear el flujo sanguíneo hacia el corazón o el cerebro, provocando un infarto o un derrame cerebral.
En el caso del COVID-19, esta reacción se vuelve más intensa: el virus ataca directamente las células endoteliales, generando microcoágulos y lesiones persistentes en el sistema cardiovascular. Esto explicaría por qué algunas personas presentan complicaciones meses después de la infección inicial.
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El impacto de distintos virus en el corazón
El análisis incluyó más de 150 estudios en todo el mundo, y los resultados fueron consistentes:
La influenza cuadruplica el riesgo de infarto de miocardio y quintuplica el de accidente cerebrovascular en el mes posterior a la infección.
El COVID-19 triplica el riesgo de infarto durante las primeras semanas posteriores al contagio.
Virus crónicos, como la hepatitis C, el VIH o el herpes zóster, aumentan gradualmente la probabilidad de enfermedades cardiacas a largo plazo.
Incluso virus menos estudiados —como el papiloma humano, el dengue o el chikungunya— muestran una posible relación con daños vasculares, aunque la evidencia es más limitada.
Por qué esto ocurre incluso después de sanar
Los especialistas explican que la inflamación no desaparece al superar la infección. En algunos casos, el sistema inmunológico permanece activado y continúa afectando los tejidos. Esta “memoria inflamatoria” puede alterar el equilibrio interno del cuerpo durante meses o años.
Las arterias inflamadas tienden a acumular placas ateroscleróticas. Si esas placas se rompen, pueden generar coágulos que interrumpen el flujo de sangre y desencadenan un evento cardíaco.
En palabras de los investigadores: “Un virus puede parecer pasajero, pero su huella en el sistema cardiovascular puede durar mucho más de lo que imaginamos.”
Cómo proteger tu corazón después de una infección
La buena noticia es que existen estrategias efectivas para reducir estos riesgos:
Vacúnate contra virus como la influenza, el COVID-19 y el herpes zóster. Las vacunas no solo previenen la infección, sino que también reducen la gravedad y las posibles complicaciones cardiovasculares.
Cuida tus factores de riesgo tradicionales: controla la presión arterial, el colesterol y la glucosa.
Evita el tabaco y el exceso de alcohol, ya que ambos potencian los procesos inflamatorios.
Mantén una alimentación antiinflamatoria, rica en frutas, verduras, omega-3 y granos integrales.
Escucha a tu cuerpo. Si notas fatiga, dificultad para respirar o dolor en el pecho después de una infección viral, consulta a tu médico.
Un nuevo enfoque en la medicina preventiva
Este hallazgo cambia la forma en que entendemos las infecciones respiratorias. Ya no se trata solo de evitar una fiebre o un resfriado prolongado: también es una cuestión de salud cardiovascular.
Los expertos coinciden en que los virus “no son benignos”, y que deben considerarse un factor de riesgo más dentro de la prevención del infarto y el accidente cerebrovascular.
Cuidar el corazón implica mucho más que mantener una dieta equilibrada o hacer ejercicio: también significa protegerse de las infecciones que pueden alterar el equilibrio interno del cuerpo, incluso después de haber sanado.
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